LA PUERTA IMAGINARIA
Por Amigo Universal
En los últimos meses —y quizá años— me he enfrentado a un sinfín de dificultades. No solo yo: también mi esposa, mis hijos y mi hermano Manuel. Todos, desde nuestras trincheras, hemos puesto lo mejor de nosotros: esfuerzo, creatividad, dones… intentando alcanzar lo que deseamos.
Muchas veces lo hacemos sin consultar, guiados por el impulso natural de buscar que las cosas salgan como queremos. A veces recurrimos a Dios, sí, con prácticas religiosas o devociones sinceras, pero casi siempre con una intención oculta: que se cumpla lo que esperamos.
Ahora bien, querido lector hermano y amigo, imagine cada dificultad como una puerta cerrada. Algo dentro de mí me decía que, si lograba abrirla, encontraría al otro lado la solución:
un matrimonio resquebrajado, un hijo en problemas, una enfermedad que asoma, un negocio en caída, una venta urgente, un empleo que no llega, la vejez, la muerte… tantas cosas.
Pero la puerta, por más que empujaba, no se abría. Me esforzaba, insistía, lloraba… hasta que un día, agotado, me senté. Y entonces ocurrió: la puerta se abrió sola.
Ahí comprendí que esa puerta siempre estuvo en mi mente.
Nos anticipamos, nos resistimos, queremos controlar. Y en ese afán, bloqueamos el fluir de la vida y la gracia de Dios.
Las cosas serán como tengan que ser, si ya hicimos lo que nos toca.
Entonces, con humildad, le decimos a Dios: “Ya no puedo más”. Y nos rendimos. Nos sentamos. Y en ese abandono sereno, la puerta se abre… no siempre con la respuesta esperada, pero sí con la solución necesaria.
Porque la puerta, en realidad, nunca estuvo cerrada: solo era el espejo de nuestra mente ansiosa e impaciente.
La fórmula es simple y profunda:
haz lo que puedas, ora y espera.
La espera cultiva la paciencia,
y la paciencia no es otra cosa que
esperar en silencio… y con alegría.