No soy muy dado a compartir mis poemas y algunos escritos más íntimos de mi diario personal, pero el día de ayer, un buen amigo con quien compartimos largos coloquios literarios, espirituales e históricos, me motivó a publicarlos en mi blog. Aunque me ha costado decidirme pero aquí comparto algo que nació de un dolor en mi alma, de un momento duro que viví con uno de mis hijos, quien, hace unos días, me hizo un reclamo y no supe que decirle al respecto. Ser padres no siempre es una aventura agradable, tiene alegrías pero también sinsabores que a menudo dejan una sensación de no haber realizado bien la tarea. El querer «ser Dios» para los hijos, es un error, es el pecado original el cual heredamos del Jardín del Edén. El pecado original surge cuando el hombre «supo que sabía» y ya no quiso depender de Dios sino que quiso seguir su camino solo. Quería tomar sus propias decisiones y controlarlo todo. Quería ser Dios y se equivocó.
Soltad!
Soltad la mano que aprieta la garganta,
como represa que retiene el agua estancada,
invencible, indomable, irascible. mientras no suelta su torrente desbordante
sobre el campo y la tierra que la reclaman sedienta.
Soltad la mano! Soltad!
Soltad la cuerda que ata los cuernos de la bestia que rasca el polvo embravecida.
Dejad que sacie su juvenil mirada, sus ojos sedientos de aventuras y pasiones.
Sobre el mundo que hoy quiere descubrir, no le retengas en su caminar errante,
Pronto encontrará solo, el camino despreciado,
Deja de creerte Dios, deja de jugar al sabio,
Ya la vida se encargará, ya pronto se encargará la vida.
Impresionante. Verdad. Tal cual. Queremos ser dios para nuestros hijos hasta que entendemos que hay un solo Dios y que cada uno de nosotros,hijos,padres,hermanos tienen su propio camino para caminar. Estamos aqui si nos necesitan soltar para que sientan que pueden y hacerlos saber que aquí estamos. Gracias mil x compartir
Gracias por compartir. Así es, el gran problema del hombre desde sus orígenes es el querer ser independiente y tomar sus decisiones. Esto produce en nosotros un sentimiento de apego a las personas y cosas, considerándolas «mías»… de aquí proceden todos los males dice Buda. No es tanto el «Yo» como el «Mi», «Me», «mío», etc… cuando al final, nada es nuestro, sino que nuestras palabras serán «Desnudo vine a este mundo, y desnudo saldré de él. El Señor me lo dio todo, y el Señor me lo quitó; ¡bendito sea el nombre del Señor!» (Job 1:21)