De apoco se nos va la vida sin que nos enteremos,
el gusto por las cosas simples,
la contemplación de las cosas pequeñas,
el hacer las cosas sin prisa,
el asombrarnos por lo cotidiano
¿qué hicimos con nuestra capacidad de asombrarnos?
Detenerme a mirar el atardecer o quizá,
cómo se consume una vela,
cómo brilla y baila su lengua amarilla,
por una casi ingenua llamita de fuego.
Descubrir colores nuevos
en las alas de una mariposa que me sobrevuela,
mientras camino por el verde sendero.
Observar el mar por largos ratos sin decir palabra,
el vaivén de las olas
que parecen arrullar la noche con el eco de las voces de miles de sirenas.
¿Quién lo sabrá?
¿Por qué se va?
¿por qué perdemos la capacidad de ser niños para siempre?
La capacidad de ser ingenuos,
de ver el bien en todo ser humano,
o quizá por ser demasiado humano.
¿Cuándo perdimos la capacidad de asombro?
¿Cuándo dejamos de ser dueños del Reino,
y nos dimos cuenta que estábamos desnudos,
solos,
desposeídos de todo?
Tan fríos como el sepulcro,
tan tercos como la nada,
tan sedientos que,
ni la Fuente Infinita pudo saciar nuestra sed,
¿Por qué creamos esas cisternas rotas que no contenían el agua?
Fausto Emilio Cobos, para Amigo Universal
Qué cierto es todo lo que mencionas… A veces, en la prisa por alcanzar lo que creemos esencial, olvidamos lo más puro y simple que la vida nos ofrece a diario. Recuperar la capacidad de asombrarnos es reconectar con nuestra esencia, con esa inocencia que ve belleza en lo cotidiano y valor en lo pequeño. Quizá no sea demasiado tarde para volver a ser niños en espíritu, contemplar sin prisa y dejar que la maravilla de la vida nos abrace de nuevo.
gracias Ana, por tu comentario, muy muy acertado