Hoy leí algo interesante que decía así: “animémonos a ser eternos para ganar el privilegio de ser pasajeros”. Me parece que esto nos lleva a una reflexión profunda de lo fugaz que es la vida; por treinta, cuarenta, sesenta o cien años que pueda durar, nuestra vida es un paso. Yo creo que el gran problema de nosotros los seres humanos es que pensamos que somos eternos, en un estado donde somos pasajeros, y el ser pasajeros no solamente significa la temporalidad, sino que es una invitación a disfrutar del viaje y hago la comparación entre ser el conductor de un medio de transporte, de un vehículo, de un tren, de un barco, de un automóvil, a ser el pasajero. Cuando eres el pasajero disfrutas el paisaje, disfrutas el trayecto, te puedes dormir, puedes descansar puedes leer, cuando vas conduciendo, vas pendiente de la ruta, de no perderte, de no perder a los que llevas contigo. Y creo que aquí radica el problema del ser humano, que queremos conducir nuestra vida, cuando tenemos que estar conscientes que el que debe conducirla es Dios y nosotros estamos invitados a disfrutar del paisaje. Entonces se me ocurre hacerle un pequeño cambio a la frase, para mí sería así: “Animémonos a ser eternos, para disfrutar el privilegio de ser pasajeros”
Decía san Pablo que estamos de paso y que somos ciudadanos de otra tierra y tenemos que vivirlo así. Tenemos que estar conscientes que estamos “pasando”, y justamente en este tiempo de “pascua”, que significa un eterno paso, que en esta tierra significa unos pocos años, pero que en la otra tierra será para siempre. Y ahí es donde debemos recobrar el ánimo, y ahí es donde rescato la frase “Animémonos”, “entusiasmémonos” con la verdad de ser eternos, recobremos el ánimo que hemos perdido, sabiendo que, no importando las circunstancias a nuestro alrededor, la invitación de Dios es a recordar nuestra eternidad. Y eso nos debe reanimar, nos debe levantar, para tener una vida plena a pesar de las circunstancias, a pesar de los problemas, a pesar de todo; a animarnos porque el conductor de nuestras vidas no somos nosotros sino Dios.
Hace un año yo me estaba embarcando en un viaje a Europa y dentro el trayecto de los doce días que duró el viaje, uno de los destinos era un pueblo en el centro de Italia llamado Arezzo y el medio de transporte que ocupamos era un tren. La verdad que no me acuerdo de haberme preocupado por el conductor del tren o por donde se iba a ir, sencillamente me subí al tren, me puse al lado de la ventana y junto con mi esposa nos dedicamos a contemplar el paisaje, a ver la campiña, los árboles con múltiples colores, a contemplar los castillos en las partes altas de las montañas, a ver los pueblos por los que pasamos, la gente que mirábamos desde el tren. Y quizá uno de los segmentos más bonitos del viaje fue ese, pues estaba sentado desde la ventana del tren viendo el paisaje. Si esta experiencia la traemos a nuestras vidas, descubriremos que es un privilegio ser un pasajero y es un privilegio “ser pasajero” también, porque sabremos que no debemos preocuparnos por el rumbo, la ruta, el trayecto, sino disfrutarlo. Hubo momentos en que pasamos por túneles muy oscuros, había una sensación de encierro, sordera y claustrofobia, pero de pronto salíamos del túnel y volvíamos a la luz, los ríos, el paisaje. Como en nuestras vidas, pasamos por túneles en donde sentimos que nos falta el aire, oscuridades en donde nos vemos confundidos sin poder ver ni oír, incluso, tanto así que nos parece no oír la voz de Dios. Pero el túnel no es para siempre y pronto el túnel pasará y vamos a volver a disfrutar de ese lugar hermoso llamado vida. Incluso el túnel final llamado muerte no es otra cosa que la apertura a la vida verdadera, a la luz que nunca se acaba, a la presencia permanente y eterna de Dios.
En nosotros está tomar el tren correcto, en nosotros está poder elegir el destino. Animémonos a ser eternos, animémonos a la eternidad, a la luz perpetua y entonces, aunque existan túneles en nuestras vidas y en nuestro paso, descubriremos que somos pasajeros con un destino feliz… sólo tienes que descubrir la belleza del trayecto.
Alfonso Anaya
una contribución para AmigoUniversal
Ese es el gran secreto de la vida.
Siempre hemos disfrutado el viaje. El lugar a donde nos hemos dirigido siempre ha sido importante, sin embargo, lo que más recordamos es el trayecto: los parajes, el aroma de los pinos, el canto y la belleza de los pájaros, cuando hemos hecho un alto, la sonrisa de las personas que hemos encontrado en la ruta, el sonido de las cascadas, el frío de las montañas con su neblina eterna, el ver las nubes abajo de donde estamos…. tantas cosas que se pegan al alma, y sobre todo que lo hemos disfrutado juntos con mi Esposa, co quien hemos compartido esas bellas experiencias.
Pues la vida es así: caminemos gozando cada momento, cada situación, cada acontecimiento.
Los momentos críticos son como cuando se poncha una llanta en el camino, poner la de repuesto es un triunfo, del mismo modo, cuando se salta el obstáculo…. se es más fuerte, más grande, más sabio.
A diferencia de un paseo terreno, la vida nos lleva al destino grandioso, del que gozaremos más según lo que aprendamos en la ruta, según lo que compartimos en el trayecto.